Antes que nada, lo que más ilusión me hace es decir que no trabajaré para fin de año, al principio, al enterarme de la noticia me puse muy triste, pensé que putada más grande a nivel profesional y sí, en parte lo es, es gravísimo.  Pero como dice el gran Albert Espinosa, de las perdidas ganancias, tendremos tiempo para nosotros, para mi en este caso, a parar y disfrutar de la gente que más queramos. Pero ¿Qué nos depara entonces esta pandemia? Esta es una pregunta que todos nos hacemos de diferentes maneras. Ya sea por haber padecido la enfermedad, haberse mudado, haber perdido a un ser querido o un trabajo, haber adoptado un gatito o haberse divorciado, comer más o hacer más ejercicio, pasar más tiempo en la ducha cada mañana o por llevar la misma ropa todos los días, es una verdad ineludible que esta pandemia nos ha transformado a todos.

En la vida diaria, la incertidumbre se ha manifestado de innumerables y diminutas maneras al intentar reorientarnos en una crisis, en ausencia de los referentes habituales: escuelas, familias, amistades, rutinas y rituales. Los ritmos antes frecuentes, de tiempo a solas y tiempo con otros, los desplazamientos e incluso el reparto de correo, se han alterado. No hay una nueva normalidad, solo una extraña anormalidad en evolución. Incluso un simple «¿cómo estás?» está cargado de preguntas ocultas (¿eres contagioso?), y rara vez trae una respuesta directa, sino más probablemente un relato de hipervigilancia sobre una misteriosa subida de temperatura experimentada en febrero. Las mascarillas nos dejan prácticamente sin rostro, a mi me pasa, ni me conocen por la calle. El desinfectante de manos es una pantalla física, lo veo como «una barrera, como no hablar el idioma de alguien». Y ni te digo si mis amigos van todo el dia, como el pijama y el chándal. De alguna manera, el uso repetido de este tipo de prendas hace que todo lo que llevamos nos pese. Se suman a nuestro cansancio y le añaden una capa extra.

No quiero alargarme más pero la pandemia será algo «similar a una guerra mundial» en lo relativo a su impacto emocional. «Tendremos, supongo, una recesión global. Habrá un grave sufrimiento y desigualdad y pobreza. Se trata de una crisis vivida a escala mundial con grandes consecuencias emocionales, y me parece que en tiempos de adversidad el repertorio emocional de las personas cambia». Tal vez, como resultado de esta experiencia, transformaremos nuestro sistema sanitario para que preste la debida atención a la salud mental y física. Tal vez, la pandemia nos ayude a repensar para qué sirve la medicina. Yo así lo espero de verdad. En mi caso, gracias a FaceTime y Zoom me han ofrecido el mismo consuelo de la conexión remota, aunque puede que tenga que volver a aprender algunas habilidades de comunicación cuando volvamos a tener reuniones presenciales y Zoom ya no esté ahí para darme los turnos de la conversación y me recuerde los nombres de las personas. Durante meses, hemos convivido con nosotros mismos. Profundizaremos nuestra gratitud por los pequeños momentos del día a día que nos hemos perdido, y por algunos placeres que nos han ayudado a sobrellevarlo, aunque solo sea el sabor de una manzana de temporada. Y, de algún modo, nos conoceremos mejor a nosotros mismos.

Sea como sea, estamos aquí y tu me estás leyendo.

Felices fiestas y próspero año 2021.

Nos vemos en el camino, hasta entonces, sed felices.

Niko Rosales